martes, 18 de agosto de 2009

 

¿Cuántos de nosotros, en el momento de la muerte, tendrán la compostura para decir algo memorable e impecablemente redactado? ¿Y qué nos motivará? El revolucionario Georges Jacques Danton puede haber sido un presumido o estar sólo amargado cuando dijo en la guillotina: « Asegúrate de mostrar bien mi cabeza a la multitud . Pasará mucho tiempo antes que identifiquen el parecido ». El caso de Nerón fue claramente de presunción: « Qualis artifex pereo », traducido literalmente: « ¡Qué gran artista pierde el mundo! » Sir Walter Raleigh, sintiendo el filo del hacha, murmuró como de paso: « Es un remedio afilado, pero seguro, para todos los males ». Como lo hizo Ana Bolena cuando dijo: « El verdugo es, según creo, muy experto y mi cuello muy delgado ». Luis XVI puede haber estado perdonando, más que siendo sarcástico, cuando dijo en el patíbulo: « Que mi sangre cimente tu felicidad ». Beethoven, que estaba sordo, debe haber dado la bienvenida a un mundo mejor con las palabras: « En el cielo oiré ». Dennis Diderot fue filósofo hasta el fin: « El primer paso a la filosofía es la incredulidad ».

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